miércoles, 31 de julio de 2013

La Caída del Gigante -Último Capítulo- Dioses y Hombres [Parte Final]

Tras la cruenta batalla, Hibernalia quedó asolada, apenas uno o dos edificios permanecían en pie, temblando y apunto de desmoronarse. Las llamas habían consumido todo a su paso, la entrada del colegio estaba casi totalmente derruida, y el puente que llevaba al mismo se tambaleaba y amenazaba con quebrar y caer.

La batalla había llegado a su fin con la muerte de Ornak el Despiadado, también conocido como Rogbir, antiguo guardia de la ciudad de Riften. Centenares de cuerpos sin vida servían de alimento para todo tipo de alimañas, y los cuervos se deleitaban picoteando y desgarrando los rostros de los soldados caídos.

En el centro de la plaza, quedaba Mors en pie, junto al cadáver de su adversario, sosteniendo la maza de su amo en una mano, y la espada ensangrentada en la otra. Como bien le había dicho Ornak antes de ser derrotado, no era nadie, era lo único en lo que pensaba, pues el niño que aún habitaba en el interior de aquella gigantesca armadura aún latía en su cabeza, aún se debatía entre la cordura y la locura, de él dependía obedecer, o liberarse del yugo de su corrupto señor.

A su lado, guardando la distancia, estaba Grimdol, conmocionado, apenas se mantenía en pie y no podía evitar sentir nauseas y vomitar cada vez que observaba el paraje, y junto a el, estaba la legada Rikke, con sus ricas ropas destrozadas, la dorada cabellera sucia y enredada y cubierta de sangre de los pies a la cabeza.
La batalla se había cobrado numerosas víctimas, varios generales imperiales lloraban a sus muertos, Tulio se mantenía sereno, había perdido el brazo izquierdo, pero la rápida intervención de sus magos de batalla le había salvado de la gangrena y las infecciones.

-Es terrible, todo esto..., nunca pensé que llegaríamos a este punto..., ni siquiera los esbirros de Molag Bal se atreven a luchar ahora, sólo recogen a sus muertos, realmente no somos tan distintos de ellos, pues también lloran a sus caídos. Mientras hablaba, Tulio caminaba entre sus escasas tropas supervivientes, apenas una veintena de arqueros y poco menos que una decena de caballeros, pues su infantería había sido masacrada por las hordas daedra.

Grimdol se incorporaba ayudado por la legada, que se reencontró con el general Tulio, quien la miraba extrañado, pues había oído que había muerto, y parecía no creerse lo que estaba viendo.

-¿Rikke?, ¿eres tu?, creímos que habías muerto en Riften, al menos es una buena noticia. Tulio esbozó una leve sonrisa, pero el rostro de la legada permaneció impasible.

-Hoy no hay buenas noticias general, hoy sólo hay muerte, sangre y cenizas, las cenizas de un ejército diezmado. Rikke no pudo contener las lágrimas, que resbalaban por su rosada mejilla y se perdían entre la melena alborotada que ondeaba con el viento.

Los supervivientes buscaban entre los restos de centenares de cuerpos a sus amigos y familiares, apenas una veintena de soldados maltrechos se mantenía en pie, algunos demacrados y mutilados. Tulio se acercó a los hombres, con vagas intenciones, los soldados escucharon a su general, pero no era ni el momento ni el lugar para condecoraciones ni premios.

-¡Soldados!, hoy enterramos a los caídos, en ellos recae todo el honor de nuestra victoria, lloramos por ellos, no olvidaremos a sus familias. Hoy, hemos cosechado una gran victoria sobre nuestros enemigos, que tardarán en olvidar tan cruenta batalla. Ahora... No tuvo tiempo de seguir con su discurso, el comité imperial se acercaba a los restos ruinosos de Hibernalia.

Un centenar de hombres y mujeres encabezaba la caravana, y en el centro, un lujoso carruaje fuertemente custodiado, avanzaba lentamente al son de tambores y trompas que anunciaban su llegada. Era el mismísimo emperador Tito Mede II, que acudía para galardonar a Tulio y sus hombres por la victoria.

La caravana se detuvo a la entrada del colegio, o mas bien, lo que quedaba de ella. Los soldados formaron una hilera para que el emperador bajase del carruaje. Tito Mede era un anciano, no muy corpulento y encorvado, mientras bajaba del carro se mesaba la espesa barba blanca que le adornaba el rostro.

Tulio y sus escasos hombres reverenciaron al emperador, quien se quedó a unos pocos pasos de ellos, hizo gestos de que todos se incorporaran, y se acercó a Tulio para tenderle la mano.

-Mi señor, siento no poder estrecharle la mano, durante la batalla perdí el brazo de la espada, y el otro está tan sucio que no me atrevería a tocarle con la mano. Tulio no pudo evitar sonreír, había perdido el brazo eso ya lo sabía, pero deprimirse no se lo iba a devolver, así que decidió tomárselo con humor.

-Vamos viejo amigo, después de todos estos años, ¿crees acaso que voy a enloquecer por un poco de suciedad?, Tulio amigo mio, no cambiarás nunca. Tito Mede abrazó al general, mientras miraba al resto de supervivientes.

-Estoy seguro de que todo Skyrim, y todo el Imperio sabrá recompensaros por esto, sin duda, recibiréis tierras y podréis retiraros, por supuesto os quedará una buena paga de por vida, por vuestro servicio al imperio y a mi. El emperador hizo un gesto a su intendente para que le trajera los lotes de terreno y los salvoconductos para los supervivientes. Todo esto les acreditaba a retirarse sin desertar del ejército imperial, así como les aseguraba una vida tranquila hasta su muerte.

Mientras el intendente entregaba los lotes a cada soldado, le tocó el turno a Borno el Rojo, un soldado tan grande como un oso, procedente de Páramo del Martillo, que se había alistado en el ejército imperial cuando los capas de la tormenta mataron a su padre y hermanos. No era muy listo, pero tenía la fuerza de un toro y podía partir a un hombre por la mitad con sus manos, se alzaba un codo y medio por encima del resto.

-Borno, de Páramo del Martillo, yo Tito Mede II, emperador de Skyrim, te concedo un lote de terreno en Paraje de Ivar, así como una paga de por vida. Acepta esto, en nombre de todos aquellos que han caído hoy. El intendente le entregaba el lote mientras el emperador hablaba a su espalda.

-Lo único que quiero es vengar a mis hermanos de armas, no quiero los terrenos, no quiero vuestro dinero, sólo quiero que me deis una espada y yo mismo mataré a quien ha echo esto, buscaré a ese asesino y a su asqueroso amo, y los pasaré por la hoja de mi espada. Fue la contestación de Borno, que arrojó el lote a los pies del emperador.

Tulio no dijo nada, en el fondo sabía que pasaría, y estaba orgulloso de su fiel soldado.

Mientras proseguía la entrega de los lotes, Rikke buscaba por el colegio a Olok, junto a ella, Grimdol caminaba cabizbajo y lloriqueando.

Olok se hallaba en la biblioteca, escondido tras una mesa. A unos pasos de la mesa, estaba el cadáver de Urag gro-Shub.

-¿Eres Olok?, puedes acercarte, no voy a hacerte daño, me han enviado a protegerte, y a implorar tu ayuda para encontrar la entrada al reino de Molag Bal. Rikke fue acercándose lentamente, el orco estaba asustado, acababan de matar a su mentor creyendo que era el, y deseaba vengarle.

-Si..., si..., soy yo..., ha venido ese asesino, mi maestro me ordenó que me escondiera y se hizo pasar por mi..., el..., el gigante le cogió y le rompió el cuello, ni siquiera pudo defenderse, la armadura resistía todos sus conjuros..., os ayudaré, es mi deber como alumno vengar a mi maestro. Olok estaba nervioso, y a Rikke no le gustaba mucho la idea, pero podía ayudarles.

Los tres salieron del colegio, sortearon a los soldados imperiales y partieron rumbo a Laberintia, donde había un portal tan antiguo como el mundo, cerrado para los ojos extraños, pero no para Olok, que escondía numerosos secretos.

-¿Porque cubres tu rostro Olok?, apenas corre una ligera brisa. Grimdol no quitaba ojo al orco, le veía extraño, y el echo de que siempre cubriera su rostro no ayudaba a que confiaran en el.

-De donde yo vengo, acostumbramos a vivir en temperaturas mas cálidas, y el frío nórdico me hiela los huesos. Olok miró con malicia a Grimdol cuando este desvió la mirada.

Caminaron durante horas, y al anochecer acamparon cerca de un riachuelo, Grimdol hizo la hoguera, mientras Rikke salía a cazar algunos conejos, necesitaban reponer fuerzas.
Olok se dedicó a leer un libro muy antiguo, ni siquiera conservaba el lomo, y las hojas parecían desintegrarse con sólo tocarlas.

-¿Que libro es ese?, parece muy antiguo. Grimdol se acercó a Olok, quien guardó rápidamente el libro en su bolsa. -Se trata de un diario personal que estoy escribiendo sobre mis viajes, nada que deba importaros ni a ti, ni a esa mujer. Olok se volvió y se tumbó en un fardo de paja y fingió dormir.

<Idiota>, pensó Grimdol, siguió avivando la hoguera hasta la llegada de Rikke, que no tardó apenas unos minutos en volver con dos fabulosos y gordos conejos, los cuales puso sobre las brasas.

-¿Duerme?. Preguntó Rikke. -Eso parece, no me fío de el, quizá debamos seguir sin el, encontraremos otra entrada, pero no quiero seguir al lado de este orco, huele a azufre y siempre me mira como si quisiera degollarme, y sobre todo sus ojos, amarillos y penetrantes. Grimdol se estremeció con sólo recordarlo.

<Ojos amarillos, mirada penetrante, se oculta el rostro de día..., ¿acaso soy tonta?, sin duda es un vampiro, lo que no acabo de comprender es porque Talos me enviaría un vampiro como ayuda..., no lo se, lo que si se es que como intente algo le arrancaré esa lengua viperina que tiene.>

Ya casi habían llegado a Laberintia, cuando, desde lo alto de un risco cercano, pudieron comprobar que había mucha actividad en las ruinas, las antorchas iluminaban con una tenue luz el cielo, mientras que sonoras carcajadas y voces se podían oír desde leguas de distancia.
Los tres se acercaron prudentemente a las ruinas, y se colocaron entre unos barriles y cajones viejos apilados en torno a las tiendas de lo que parecían ser mercenarios.

Junto a la hoguera, dos bandidos hablaban entre sí, y bebían y reían, uno de ellos, el mas fornido le preguntó a su compañero, mas menudo:

-¿Que estás haciendo Jor?, ¿que es esa mierda que tienes entre las manos?. El bandido alto tenía la cara adornada con multitud de cicatrices, que se movían de manera grotesca mientras hablaba, de una de ellas aún se podía ver supurar algo de sangre negruzca.

-Me lo ha traído mi primo Agmund, no recuerdo como lo llaman, pero lo traen de muy lejos, y creo que es parecido al skooma, pero en lugar de comerlo, hay que aspirarlo por la nariz, verás. Se oyó un siseo, y el hombre menudo aspiró un polvo blanco directamente por la nariz, después se incorporó y sacudió la cabeza.

-¡Vaya!, ¡esto es...!, ¡tienes que probarlo compañero, es mejor que el skooma!. El hombre menudo se sacudió nuevamente, parecía extasiado, como nervioso, y no paraba de moverse de un lado a otro, sin duda ese producto que acababa de llevarse a la nariz no tenía nada de bueno.

<Intentemos pasar desapercibidos, no nos verán si nos movemos con cuidado>. Pero un estruendo alertó a todos los guardias, Olok, se había enredado las botas con una soga tirada en el suelo y había echo caer una pila entera de cajones llenos de botellas de aguamiel. Pronto se vieron rodeados de decenas de guardias, y Rikke se supo muerta, pero como de la nada, Tulio montado sobre un gigantesco corcel rebanó la cabeza del primer mercenario, tras el, los supervivientes de la masacre formaron un círculo defensivo.

-¡Entrad!. ¡Deprisa!. Tulio hizo gestos a Rikke para que entraran en Laberintia, mientras ellos cubrían sus pasos.

Las paredes de Laberintia estaban adornadas con motivos bélicos, dragones, monstruos legendarios, vampiros y sobre todo hombres moribundos, hombres decapitados, degollados, ahorcados... Quien quiera que hubiese echo esos grabados no era muy amante de la raza humana. Rikke inspeccionaba cada estancia antes de que los dos hombres entraran, y Grimdol vigilaba a Olok sin quitarle el ojo de encima, seguía sin fiarse de él, y no iba a cambiar de parecer.

Al fin llegaron a una gran sala con un pedestal en el centro, Grimdol recordó la casa de Rogbir, y la espada que sacó del otro pedestal, y la locura que sobrevino después.

Olok dio un paso al frente, leyó las inscripciones del pedestal en un extraño y antiguo idioma, y entonces del pedestal emanó una luz que envolvió la sala. El orco volvió sobre sus pasos y amasó entre sus dedos una energía de un color verdoso, lo agitó durante unos segundos y lanzó su extraño conjuro contra el pedestal, que estalló en mil pedazos abriendo un portal hacia el reino del príncipe daedra.

-Ya está, el portal está abierto, entrad rápido, no permanecerá así por mucho tiempo. Olok parecía agotado tras en conjuro, y Grimdol tuvo que cargarlo mientras la legada y enviada de Talos desenfundaba su espada casi divina y entraba por el portal.

Los tres aparecieron mareados y aturdidos en una fortaleza colosal, tan grande como la Garganta del Mundo, y aún mas peligrosa y fría. No había guardias por ninguna parte, y eso era lo que  Rikke preocupaba.

<No hay guardias, o bien nos esperan, o bien el señor daédrico se ha quedado sin ejércitos, prefiero no fiarme, y debo mantenerme alerta>. -Bueno, aquí estamos, busquemos al asesino y a su pérfido amo, Talos nos protegerá ante tal batalla, y llegado el momento, lo siento mucho Grimdol, debo dar muerte a tu vástago. Grimdol asintió ante las duras palabras de la legada, no era hijo suyo, pero lo había querido como a tal, y aún tenía el corazón destrozado y los ojos llenos de lágrimas.

Tardaron varias horas en inspeccionar la mayor parte del bastión, no había ni un alma en el lugar, ni prisioneros, ni carceleros, ni esclavos, ni guardias..., nada, pero al llegar a la arena, escucharon un siseo, como si alguien afilara una espada.

En efecto, en el centro de la arena, rodeado por un aura negra y llameante, estaba Mors, afilando su espadón. Se había quitado el casco y podía verse su rostro, brutal e inhumano, pero Grimdol pudo alcanzar a ver su único ojo visible, y atisbó algo de humanidad en el. Debía impedir que Rikke le matara, pero no sabía como.

-Al fin habéis llegado, os esperábamos. Molag Bal, en una forma mas terrenal, como un antiguo guerrero de potente armadura. -Has servido bien Olok, pero ya no eres útil, por eso deshago mi contrato, tu alma ya no vale nada para mí, y por eso debes morir. Olok empezó a ahogarse, se retorcía y agitaba en el suelo, ni Grimdol ni Rikke se acercaron a el, y le dejaron morir sin apartar la mirada del gigante y su amo.

-Rikke, al fin, ¿donde está tu dios ahora?, creí que... Pero no pudo seguir hablando, Talos, montado sobre un corcel plateado de alas blancas y crines dorados apareció precedido por un relámpago.

-Ahora estamos preparados Molag Bal. Las plumas del casco del dios hondeaban con el viento, mientras su armadura relucía entre la oscuridad del bastión del señor daédrico.

No hubo palabras entre los adalides de ambos dioses, simplemente se enfrascaron en una cruenta batalla que sólo se resolvería de una manera posible, Rikke desenfundó su espada, y Mors tiró a un lado la piedra con la que afilaba la espada, y la osciló de un lado a otro esgrimiendo fintas elegantes y aterradoras.
Mors encabezó la pelea, fue el primero en lanzar el primer golpe, que pasó a escasos centímetros de la cara de la legada, que se hizo a un lado de un salto y propinó varias estocadas en el costado del gigante.

<Otra vez lo mismo que en Hibernalia, no podré atravesar esa maldita armadura..., debo ser mas lista que él... el foso>. Rikke se dirigió al foso cuyas puertas estaban abiertas, Mors la siguió, pero no se dejó engañar tan fácilmente, y dio media vuelta e hizo gestos a Rikke de que su treta no daría resultado. <Tendré que pensar algo, mientras, sólo pudo resistir y esquivar su mandoble>.

Mientras los adalides combatían, ambos dioses no se quedaban atrás, por fin cara a cara, Molag Bal con su aspecto de guerrero nórdico, y Talos, como un paladín de casco alado.
Talos hizo aparecer de su mano una espada magnífica, exquisitamente adornada, de mango de oro y filo de acero y plata.
El príncipe de la dominación y la esclavitud tenía una potente espada serrada, de mango retorcido semejante a las raíces de un árbol tan antiguo como el tiempo, y de la cual emanaba un aura verdosa y negra.

Ambos dioses comenzaron el combate, blandiendo sus espadas a ojos del otro, Talos esgrimía su magnífica espada con soltura y decisión, mientras que Molag Bal la alzaba sobre su cabeza y la hondeaba en lo alto.
Fue Talos quien inició la rencilla, de un fuerte golpe, partió por la mitad la hombrera derecha del dios daedra, que rápidamente se recompuso y atacó hiriendo en el muslo al Divino.

A pocos pasos, Mors había tomado ventaja, asiendo a Rikke por ambos brazos y retorciéndola sobre sí misma, la resistencia de la legada era plausible, y el dolor insoportable para un simple mortal. Pero al final consiguió zafarse del agarre y zancadillear a su adversario que anadeó en busca de su espada, pero Rikke volvió a anticiparse y apartó de una patada el potente mandoble del gigante.

Todo esto estaba justo en frente de Grimdol que no sabía en modo alguno como prestar su ayuda, no sabía pelear, a duras penas podía mantenerse en pie, y por encima de todo no quería ver a su hijo muerto, al contrario de lo que pensaba Rikke.

-¿Estás cansado ya, viejo?.  Molag Bal reía mientras Talos se incorporaba tras una caída, por muy fuertes que fuesen sus poderes, en aquel paraje parecían disminuirse casi por completo, mientras que los del señor daédra iban aumentando. -Dame un momento que recupere el aliento, y te demostraré porqué soy uno de los Nueve. Talos se levantó, se colocó las alas del casco y volvió al combate.

En aquel momento de la batalla, un grito álgido desgarró por completo el ambiente. Mors había atravesado a Rikke, por el mismo sitio por el cual la dio muerte tiempo atrás. Grimdol gritó de rabia, tampoco quería que acabaran así las cosas, y Talos enfureció, aclamó al trueno, y rompió el rojizo cielo del reino del daedra, del cual cayeron rayos y bolas de fuego. Uno de los rayos fue a parar a los pies de Grimdol, que corría frenéticamente. Y Molag Bal aprovechó la situación y escurriéndose por detrás del Divino, le degolló.

El combate había acabado, la imagen bélica de Talos desapareció, y Rikke moría al lado de Grimdol, que nada podía hacer ahora. Antes de desmayarse sólo pudo ver cómo el que un día fue su adorado y querido hijo se acercaba a el, y el señor daédrico Molag Bal reía tras el socarronamente...

Fin... y principio...

Aquí acaba esta historia, en un futuro (ahora me voy de vacaciones), escribiré una nueva historia, espero que esta os haya gustado tanto leerla como a mí escribirla.
También quiero disculparme con todos los amantes de T.E.S. V Skyrim, por la inclusión de personajes históricos de la saga, por ''matar'' a diestro y siniestro a dioses y hombres, por todo eso, y por si he cometido algún error en cuanto a Skyrim se refiere, lo siento de verdad.

Salve Compañeros.












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