martes, 16 de julio de 2013

La Caída del Gigante -Último Capítulo- Dioses y Hombres [Segunda Parte]

Todo estaba en llamas, Hibernalia estaba en ruinas, cientos de cuerpos tendidos en la nieve, las pocas casas que aún quedaban en pie amenazaban con derrumbarse ante la menor ráfaga, y la casa comunal del Jarl Korir estaba envuelta en una lengua de fuego que consumía todo a su paso.
Savos Aren, archimago del colegio, apenas se mantenía en pie mientras la incesante horda del señor daédrico Molag Bal combatía con los defensores del colegio. No veía el momento de rendirse, pues ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando.
Los demonios enviados por el príncipe de la dominación y la esclavitud nunca se cansaban, no sentían piedad ni compasión, y pasaban a espada a cuantas personas encontraban a su paso. Entre ellos el Jarl Korir, que pugnó con los esbirros de Molag Bal a espada y escudo, pero eran demasiado numerosos para el y sus escasos hombres. Pudo dar muerte a algunos cuantos, pero sucumbió ante el enjambre de monstruos que se le echaban encima.

Savos pudo ver a uno de los esbirros con una pica en la mano, coronada por la cabeza cercenada del Jarl Korir, esto le revolvió el estómago y no pudo contener el vómito. Tras recomponerse se puso en pie y miró al cielo, como esperando la ayuda de los dioses, lo que no sabía era que los dioses ya estaban de su parte, y en lo alto del camino que llevaba a Hibernalia. La antes conocida como legada Rikke se había convertido en un paladín de Talos, que avanzaba raudo a la llamada de la batalla.

El corcel blanco desprendía un destello que espantaba a los engendros, y la dorada melena ondeaba con el vaivén del viento. En una mano la espada de plata y bronce que Talos le había otorgado, en la otra el escudo, con el que se cubría de la lluvia de flechas.
Desmontó y dio muerte al primero de los demonios que osó acercarse a ella. La espada bailaba y silbaba entre las cabezas cortadas y los brazos y piernas cercenados. Savos por fin respiró al ver que al menos contaban con ayuda, y sonrió al ver aparecer a Grimdol y a Rogbir por la ladera de la montaña.

Ambos hombres, la enviada del dios Talos, y Savos y sus hombres se concentraron el la entrada al colegio de Hibernalia formando un círculo defensivo.

-Pase lo que pase, no deben entrar en el colegio, ¡debemos proteger esta entrada con nuestras vidas!. Gritó Savos al grupo mientras reunían hasta el último aliento.

Grimdol esgrimía una espada tan grande como él mismo, Rogbir la espada dragón que cogió del pedestal, Rikke su exquisita espada y Savos y sus hombres lanzaban conjuros por encima de sus cabezas. La defensa funcionaba perfectamente.

Entonces apareció, entre las llamas y los engendros, una nube negra como la noche oscureció la ciudad, un rayo partió la tierra, y de una llama verde y negra apareció una figura oscura y siniestra. El asesino que buscaban se había aparecido ante ellos, a sólo unos metros de distancia, y Rikke le reconoció al instante, aunque no parecía igual que en su anterior encuentro, la armadura parecía mas basta y potente que antes, el mandoble que portaba durante la matanza de Riften parecía pequeño comparado con el espadón que llevaba ahora, y colgando del cinturón estaba la siempre hambrienta maza de Molag Bal, deseosa de cobrarse una nueva vida.

El gigante dio un paso al frente, y Rikke avanzó al mismo tiempo, en torno a ellos, la batalla continuaba, Savos y Grimdol seguían defendiendo la entrada, mientras que Rogbir y algunos hombres se habían adelantado para dar un respiro a sus compañeros. Justo antes de que comenzara el duelo entre los dos adalides, como un temblor en la tierra, la caballería del General Tulio hizo su aparición, junto a él, otros jarls, entre los que se encontraban Elisif la Justa, Igmund de Markath y Laila la Legisladora, renombrada Jarl de Riften, cabalgaban contra tan terrorífico enemigo. El ejército de la unión de todas las comarcas entabló batalla a las afueras de Hibernalia, donde se concentraba la horda de engendros y demonios.

Gigantescos trols lanzaban rocas tan grandes como carros, un dragón sobrevolaba el cielo desintegrando a cuantos enemigos encontraba, hasta un nigromante había acudido a la llamada de su señor y disfrutaba del combate levantando de la muerte a los propios soldados de Skyrim para que combatieran a sus hermanos, la batalla era una carnicería en la que la humanidad peleaba por su propia existencia.

En la plaza de la ciudad, Savos Aren había tenido que ceder terreno al ser alcanzado por una fortuita flecha enemiga en la rodilla, pero el calor de la sangre corriendo por su pierna y el olor a muerte y cenizas le hacían resistirse al dolor y continuar luchando. Rogbir blandía la espada del sacerdote dragón quebrando cráneos y yelmos por igual, mientras que Grimdol había cogido un arco de un enemigo caído y defendía a su amigo desde la retaguardia. Rikke y Mors aún seguían mirándose el uno al otro, ambos adalides aguardaban frente a frente, Rikke pudo ver, entre las rendijas del yelmo del gigante, unos ojos rojos como la sangre y humeantes como las brasas.

Fue Mors quien atacó primero, alcanzo su mandoble al cielo y dejándolo caer sobre su oponente, que esquivó sin mayor dificultad y dio varias estocadas con su espada sobre el costado del gigante, pero sólo consiguió rascar la potente armadura del gigante, que reía enérgicamente ante la superioridad de la que gozaba.
La lucha prosiguió durante varios frenéticos e interminables minutos, los golpes entre los combatientes hicieron mermar sus fuerzas, aunque era Rikke quien se veía mas afectada por el cansancio, pero la fuerza del dios Talos la ayudaba cada vez que caía rendida por el agotamiento.

-¿Acaso necesitas que tu dios te proteja para combatir conmigo?, pobre infeliz, morirás incluso con tu dios de por medio, y será mi espada quien sentencie tu mísera vida. Mors reía una vez mas, se veía seguro y confiado.

Rikke jadeaba en busca de oxígeno, le faltaba el aire, y aprovechó el momento para recomponerse mientras el gigante hablaba y se fanfarroneaba de su victoria inminente.

-Hablas mucho para ser un mero peón. ¡Escúchame!, ¡yo puedo liberarte de su yugo, el dios Talos se mostrará magnánimo contigo!. ¡Ríndete ahora, o me veré obligada a matarte!. Rikke aprovechó la confusión de la batalla para escabullirse entre las ruinas de la casa comunal del difunto jarl Korir.

La enviada de Talos se abrió paso entre los tablones en llamas y subió al segundo piso, donde quedó atrapada entre las llamas y el asesino.

-¡Ya eres mía mujer!, ¡prepárate para recibir el abrazo del señor de la esclavitud y la dominación!. Pero mientras hablaban, en la plaza se oyó un grito quedo, entre el fragor de la batalla, Rogbir, había clavado su espada en el pecho de Savos Aren, mientras este le miraba con ojos vacíos.

La plaza se quedó en el mas absoluto silencio, ambos bandos pararon la lucha y todas las miradas se concentraron en la plaza, Tulio se abrió paso entre sus hombres para ponerse en primera fila, junto a él, Elisif e Igmund, Laila la Legisladora quedaba unos pasos atrás, junto con otros jefes.

Se hizo un silencio tan aterrador como inesperado, incluso los esbirros de Molag Bal habían cesado el combate, todos pendientes de lo que sucedía en la plaza, donde Savos cayó muerto sobre la nieve sucia que le rodeaba, y Rogbir se quedó quieto, de pie, empuñando la espada manchada con la sangre del archimago y sonriendo. Fue Grimdol quien se acercó a su antiguo compañero, no comprendía que acababa de suceder, pero Rogbir lo explicó de un golpe que cortó la malla del pecho de su amigo derribándole.

Emanaba un aura de fuego, sus ojos se tornaron tan rojos como la sangre, y su piel se volvió grisácea y pálida, una llamarada recorrió todo su cuerpo devolviéndolo a su aspecto habitual, un gigante, similar a Mors pero de un tamaño aún mas grande, al verle, Mors supo inmediatamente de quien se trataba, era el anterior aprendiz de su señor, el que sobrevivió y se hizo tan fuerte que ni siquiera un señor daédrico osaba enfrentarse a él. Rogbir, cuyo nombre real era Ornak el Despiadado, fue otrora servidor de Molag Bal, y fue entonces cuando se hizo demasiado poderoso, ambicioso y cruel, y se decía de él que hasta los dioses le temían.

Ornak el Despiadado apartó de una patada el cuerpo inerte de Savos Aren y miró a Grimdol que aún estaba en el suelo, con lágrimas en los ojos, se acercó a él, pero Rikke se lanzó como un relámpago hacia el, espada en mano, pero el primer aprendiz de Molag Bal era demasiado poderoso, aún cuando Mors intentó derribar al gigante de un empujón.

Rikke se hizo a un lado dejando a los dos titanes combatiendo a espada, el tamaño era considerado entre Mors y Ornak, pero eso no amedrentaba a ninguno, y siguieron despachándose golpes mutuamente, ninguno retrocedía, ninguno se rendía, y el combate parecía no tener fin. Mas aún cuando la imagen fantasmal de Molag Bal hizo su aparición, y con el, todo su séquito de engendros. En el otro bando, el dios Talos en un caballo alado, junto a el, Rikke, su adalid, observaba el combate.

-¡No puedes derrotarme Mors! ¡El poder de los Ocho me acompaña! ¡hace ya mucho tiempo que espero esto, un adversario digno de morir bajo mi espada!. Dijo Ornak con voz de ultratumba, mientras hablaba, la espada de los sacerdotes dragón se tornó de un color negro y humeante.

Un temblor sacudió la tierra, y de las sombras y las llamas aparecieron las figuras cadavéricas de ocho sacerdotes dragón, Volsung, Vokun, Otar el loco, Morokei, Rahgot, Nahkriin, Hevnoraak y Krosis, cada uno de los antiguos servidores de los dragones. Todos formaron un círculo dejando dentro de el a los dos gigantes, y una potente custodia encerró a los combatientes mientras los sacerdotes vigilaban.

Fuera del círculo, Talos a un lado y Molag Bal al otro guardaron silencio, la batalla que sobrevenía marcaría el curso de la guerra entre los dioses y los hombres, pero ambos bandos encontraron en los sacerdotes y en Ornak el Despiadado, a un enemigo común.

La batalla se reanudó cuando una flecha fortuita alcanzó la hombrera del general Tulio, no fue letal pero si dolorosa, en torno al círculo central, los nórdicos, imperiales, engendros, trols, dragones y demás criaturas volvieron a las armas, los hombres caían por docenas ante la avalancha de monstruos que se les venía encima, pero también daban muerte a muchos de los esbirros del señor daédrico.

-¡Hay que reagruparse!, ¡no rompáis las líneas!. Tulio gritaba a pleno pulmón mientras daba las órdenes a sus oficiales. A su lado se había situado Rikke, montada en su excelente corcel blanco.

Mientras la batalla era cada vez mas encarnizada, en el interior de la custodia, los dos gigantes continuaban su combate singular. Mors había destrozado el yelmo de Ornak con la maza de Molag Bal, mientras que su oponente, había herido de gravedad a Mors en un brazo, el cual quedó prácticamente inutilizado.

-Es imposible que puedas derrotarme, no mientras lleve esto siempre encima. Ornak sacó del cinturón la máscara de Konahrik, que le otorgaba poder sobre los demás sacerdotes. -Llevando esta máscara, cada vez que me des muerte me alzaré de nuevo, cada vez que mi cuerpo pierda toda la energía, me regeneraré de nuevo. Ornak el Despiadado reía escandalosamente mientras contemplaba la cara de incrédulo de su oponente.

El combate prosiguió esta vez con los puños, Mors y Ornak repartieron y aguantaron golpes por igual, pero la batalla se decantaba por Ornak cuando sacó una daga y se la clavó por la espalda a Mors, que se desplomó en la nieve, o en lo que quedaba de la sucia nieve llena de sangre y ceniza.

-¡Ya te lo advertí estúpido ignorante!, ¡nadie puede derrotarme!. Ornak dio la espalda al cuerpo de Mors, sin contar con que la potente armadura del gigante había frenado y quebrado la hoja de la daga haciendo que resultase un simple golpe, no una puñalada.

Mors se levantó y cogió a Ornak por sorpresa, lo levantó por encima de su cabeza y le lanzó contra un montón de piedras procedente de una de las torres de la entrada en ruinas. La caída fue tal, que Ornak quedó temblando y a merced de su adversario, quien le quitó la máscara de las manos y la partió en dos.

Como un temblor, la custodia comenzó a menguar, los sacerdotes que la vigilaban se envolvieron el llamas y fueron desapareciendo entre desgarradores chillidos. Mors se quedó mirando a su adversario y le tendió la mano para ayudarle a incorporarse tras tan colosal combate, pero su instinto animal le afloró de nuevo y atravesó el cuerpo de Ornak con su espada a tiempo que le susurraba al oído.

-Yo no soy nadie, yo soy Mors, nunca he sido nadie, y nadie te ha matado, la historia contará como Ornak le Despiadado fue derrotado por nadie. Mors no pudo evitar sonreír mientras Ornak caía de espaldas, sobre un charco de su propia sangre, muerto.

Fin de la segunda parte del final, aún queda una parte mas.

Salve Compañeros.















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