viernes, 14 de junio de 2013

La Caída del Gigante -Capítulo VI. Alas Negras-

Eres mi adalid..., yo soy tu dueño..., el mundo entero está en tu contra..., no vales nada..., te cazarán como a un animal..., serás arrestado y ejecutado..., eres una bestia..., me perteneces..., tu vida es mía..., yo guío tus pasos...

Los pensamientos inundaban la mente de Mors, le atormentaban día y noche, durante el riguroso entrenamiento al que el dios daédrico Molag Bal le sometía. Inhumano, atroz...

Sólo habían pasado unos meses, que le habían parecido toda una eternidad, día tras día era azotado y torturado, por su amo.

Tu no eres humano... oía una y otra vez, y su instructor y constante escolta, el vampiro Mezeleth, le vigilaba  durante todo el día, y le recordaba una y otra vez la suerte que tenía de que el señor daédrico le hubiese tomado en su regazo, le decía que él doblegaría el mundo y que aplastaría a la raza humana que le criticaban y despreciaban.

Con el tiempo, el joven aprendiz fue despejando de su mente el odio hacia su mentor, pues era lo único que tenía, y a pesar del mal trato, de la tortura y el estricto entrenamiento al que se veía sometido, no era peor que la burla y el desdén que sufriría en la tierra de los mortales, pues ya se sabía no humano.

Mezeleth siempre estaba junto a él, y Mors empezaba a ver en él una figura casi protectora, casi paternal, pues siempre le procuraba una ración extra de la comida diaria, ya que su amo quería que el muchacho sacase de dentro todo el odio y la rabia hacia él mismo.

-Te e traído unos gusanos niño, cómelos antes de que el carcelero vuelva, o no comerás nada más hasta mañana, son asquerosos pero te darán fuerzas, mastica primero la cabeza y para dentro, así no se retorcerán y no tendrás que saborear sus tripas. Incluso parecía que el vampiro se había encariñado de su pequeño protegido.

El tiempo pasaba y el entrenamiento proseguía, todas las mañanas le arrancaban del cálido abrazo de la pobre sábana que cubría un camastro hediondo, le obligaban a correr interminables maratones, a esquivar mortales obstáculos, a caminar descalzo por brasas, a combatir a espada contra trasgos, a andar a ciegas por un campo de púas afiladas..., todo esto diariamente, tras el entrenamiento, una ración de asqueroso rancho y mas ejercicio, pero lo peor era al anochecer, cuando un carcelero gigantesco de aspecto repulsivo le arrastraba a la sala de torturas, donde era sometido a todo tipo de tormentos a los que acabaría por acostumbrarse.

Cada mañana, un brujo al servicio de su amo le administraba repugnantes ungüentos con el fin de acelerar el crecimiento del joven Mors. Estas pócimas le hacían delirar y retorcerse de dolor mientras surtían efecto, pero eran de alguna manera eficaces, y tras meses de duros y letales entrenamientos, el que un día fuese un niño tierno y feliz se había convertido en un monstruo retorcido y sin sentimientos, temido incluso por su protector e incluso por su amo.

-Bien, bien..., veo lo mucho que has crecido desde la última vez que nos vimos. Sin duda Mezeleth a echo un gran trabajo contigo, aunque no se puede decir lo mismo de los anteriores..., sí, no eres el único en el que me e fijado a lo largo de los años, otros antes que tú se sometieron a mi poder y perecieron por carecer de la fuerza necesaria para sobrevivir a la tierra de Molag Bal, todos..., salvo uno, pero de eso ya hablaremos otro día. Las palabras del señor daédrico resonaban en toda la estancia adornada por tenues velas y ricos telares, muchos de los cuales resumían la historia del dios.

-Mors, pronto estarás preparado para volver a Skyrim, pronto te vengarás de aquellos que de ti se burlaron, pero hoy no es el día, hoy te tengo preparado un pequeño presente. El dios mostraba una apariencia casi humana, de espesa barba y ojos amarillos como un vampiro.

Con un gesto hizo pasar a Mors a la arena donde se entrenaba, en el centro de esta, había un hombre cubierto con una capucha y maniatado.

-¿Recuerdas a este hombre?, ¿recuerdas a Sibbis?. Molag Bal reía burlónamente mientras le entregaba a Mors una maza dentada y adornada con motivos grotescos.

-Ésta es mi maza, úsala para asesinar a este hombre, úsala en mi nombre, y todo mi poder recaerá sobre ti Mors, esta será la prolongación de tu mano, será parte de tu cuerpo, carne de tu carne, desde hoy, la llevarás siempre contigo y segarás la vida de aquellos a los que te ordene asesinar. Mors se paró unos instantes a observar la maza, la blandió una, dos y hasta tres veces, flirteó con ella como si se tratara de una vulgar ramera antes de empuñarla y dirigirse al centro de la arena.

Sibbis no sabía que le iba a pasar, desde el día en que el señor daédrico le hizo su cautivo no cesaron las torturas, los suplicios y la servidumbre, y ahora le habían arrojado a una arena que hedía a sangre y muerte.
Mors se acercó lentamente hacia él, le levantó la capucha que ocultaba su rostro y le miró fíjamente a los ojos mientras entonaba una sonrisa sardónica.

-¿Tienes miedo Sibbis?, incluso te has orinado encima..., eres patético. Decía Molag Bal a espaldas de Mors. -¡Mátalo!. Gritó el dios daédrico.

Sin mediar palabra, Mors levantó la maza que le había otorgado su amo, la asió con ambas manos y la estrelló directamente en la frente de Sibbis, que cayó hacia atrás muerto, fue rápido, apenas pudo sentir la muerte en todo su ser.

-Y así acaba su lastimera vida, y comienza la tuya mi joven adalid, ahora que has segado tu primera vida, el mundo estará a tus pies, mi poder se concentrará mas y mas cuantas mas cadáveres acumules en tus viajes, ningún ser vivo ni ningún dios podrá detenerte. Molag Bal puso su fantasmal mano sobre el fornido hombro de su aprendiz. Tras ellos, Mezeleth retiraba el cadáver de Sibbis y lo arrojaba al foso donde acababan los caídos en la arena, dentro, una monstruosidad creada por el mismísimo Molag Bal devoraba con avidez todos los cuerpos que allí caían.

-Ahora quiero que vuelvas a Skyrim, irás directamente a hacerle una visita a un viejo amigo mio, y le recordarás que nadie se la juega al señor de la dominación y la esclavitud. Es un nórdico llamado Balgruuf el Grande, ahora retirado de la política de Skyrim, vive en una pequeña hacienda a las afueras de carrera blanca, con su familia y siervos. Mientras hablaba, invitaba a Mors a caminar a su lado por los extensos pasillos de la fortaleza.

-Durante la guerra civil entre los patéticos Capas de la Tormenta y los asquerosos Imperiales, el que en su día fue Jarl Balgruud el Grande, pidió mi ayuda para combatir a los Capas de la Tormenta y a su pobre infeliz Ulfric, y accedí a ayudarle, me infiltré entre las filas de sus enemigos y sembré el terror y la discordia entre ellos, se mataron unos a otros, los oficiales se hicieron ahorcar por traidores unos a otros y al final, la guerra se decantó por el Imperio, quizá te preguntes porque accedí a hacer tamaña estupidez, pero te diré que aquel día me encontraba de humor suficiente como para jugar a los soldados con unos pocos guerreros destartalados. Ambos se sentaron ante el foso de tortura, en el cual, multitud de hombres y mujeres chillaban y gritaban pidiendo clemencia, y algunos la muerte.

-Como te decía, al terminar la guerra volví para que el señor de Carrera Blanca me entregase el alma de hijo Nelkir, pero se negó, me arrebató el alma del infante, pero me vengaré, y tu serás mi mano ejecutora, así que ve mi aprendiz, ve y ejecuta a Balgruuf el Grande. Terminó de decir Molag Bal mientras reía escandalosamente.

Tras despedirse de su amo, Mors accedió mediante un portal mágico a Skyrim, concretamente a la comarca de Carrera Blanca.
Ataviado con una oscura y potente armadura que le cubría por completo su cuerpo, caminó hacia la hacienda del antiguo Jarl de la comarca.

Éste, almorzaba con su familia en el exterior de la mansión, los comensales comían y reían mientras unos músicos amenizaban la velada, en total habría unas veinte personas en los jardines.
Mors se acercó despacio, ante la mirada de los asistentes, y se acercó al anfitrión, que le miraba aún mas extrañado que el resto, aunque sabía la procedencia de aquel extraño hombre, nada mas ver su maza.

-Marchad todos, dejadme sólo en estos mis últimos momentos de vida, no quiero que se avise a la guardia, tan sólo respetad mi decisión y marchaos. Dijo solemnemente Balgruuf. -Tu, debes ser el nuevo títere del príncipe Molag Bal, ¿no es así?, acércate y cumple con tu misión, no me opondré, sólo quiero saber porque tu amo a tardado tanto, hace muchas lunas que le espero. Balgruud cerró los ojos, e instó a Mors a que terminara aquello que él había empezado, no se arrepentía de haberse confabulado con tal vil y cruel deidad para sus propósitos, y ahora había de pagar por ello.

Mors le miró entre las rendijas de su yelmo, levantó la maza y la dejó caer de forma similar a como lo había echo con el argoniano Sibbis, rápido y mortal. Mientras el cuerpo sin vida de Balgruud caía rotundo al suelo,  el ejecutor imploraba la llamada de su maestro, a tiempo que limpiaba la sangre de la maza.

-Y aquí concluye el último capítulo de tu vida Balgruuf, me captaré de que seas recordado por esto, dalo por echo. Dicho esto se desvaneció junto con su aprendiz, dejando el cadáver aun sangrante de Balgruuf el Grande, antiguo Jarl de Carrera Blanca.



Fin de la sexta entrega de la historia, hemos llegado al ecuador de la saga.
Espero que os siga gustando.

Salve Compañeros

PD: Quiero dedicar esta entrada a un buen amigo que a fallecido el jueves pasado. 
J.C.S. Descansa en Paz














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