miércoles, 16 de noviembre de 2011

Prólogo

Prólogo

Llegué a Tamriel hace unas semanas procedente de las Islas Summerset, hogar de mi raza desde hace milenios, tras perder lo único que amaba. Poco, más bien nada, me ataba a mis raíces; unos padres que renegaron de mí cuando abracé la escuela de la destrucción, una amada que fallecía tras un desastroso accidente y una sociedad que me miraba con desprecio y condena. Nadie me echaría de menos, y lo mismo recibirían de mí.

 



Partí del puerto de Skywatch, en la isla más oriental, rumbo a Anvil en la provincia de Cyrodiil, donde llegué tras un corto viaje de apenas dos jornadas. El continente es distinto a las islas Summerset, lo definiría como… más sucio, sí. Los humanos habitan por doquier, sin respeto por las razas superiores que vieron cómo nacían (y verán como mueren), presos de un orgullo que, bajo mi punto de vista, carece de ningún sentido. 
 

La ciudad de Anvil, en Cyrodiil
Al menos mi raza ha conseguido forjar las mejores armas, invocar los más poderosos elementos, escrutar los más profundos secretos arcanos… ¿y los humanos qué?

Han conseguido multiplicarse sin control, ocupando todo el espacio posible, arrasando con la naturaleza y con todo aquello que no consideran de utilidad. Les aborrezco. Afortunadamente me encuentro con no pocas comunidades de las razas mayores, incluso algún hermano Altmer (así es como nos llamamos entre nosotros) con los que comparto algunas conversaciones. Todos me hablan de una región al norte llamada Skyrim, por lo que me han contado allí se encuentran los últimos gigantes y donde la magia todavía es salvaje e indómita. Quizá allí encuentre lo que busco; poder, conocimientos… y con ellos el respeto de mis hermanos Altmer.


La ciudad de Bruma, en Cyrodiil
Sin dilación me encaminé hacia el norte, a una ciudad llamada Bruma en el interior del continente. He de admitir que tuve cierta curiosidad por visitar la ciudad Imperial, pero finalmente deseché la idea ya que mis monedas cada vez eran más escasas y el camino hacia el norte cada vez más difícil. En la ciudad de Bruma encontré a un humano que se jactaba de conocer perfectamente las montañas que se interponían entre nosotros y “Carrera Blanca”, una ciudad en el interior de la región de Skyrim en la que, si todo marchaba bien, podría establecerme por un tiempo.


El viaje a través de las montañas resultó lleno de peligros y sufrimos grandes penurias debidas, principalmente, a una terrible ventisca que nos acompañó durante gran parte del viaje. Mi guía cayó enfermo y, a pesar de mis habilidades curativas, falleció presa de unas terribles fiebres. No me malinterpretéis, mi único interés en salvar a este humano residía en que era mi llave para continuar el viaje, pero no tuve la habilidad suficiente para aplacar su enfermedad y, de pronto, me encontré solo en medio de una ventisca y agazapado en una fría cueva.


Finalmente el sol apareció de nuevo y reanudé mi marcha. Con ayuda de las estrellas conseguí guiarme hacia el norte, tarde o temprano atravesaría las montañas y llegaría a algún tipo de pueblo o ciudad y allí ya me indicarían el camino a seguir. Pero cuán equivocado estaba, pues los dioses me habían preparado un destino bien diferente...

No hay comentarios:

Publicar un comentario