viernes, 18 de noviembre de 2011

Día 1 - Parte I




Día 1 (Parte I)

Conseguí atravesar las montañas, a duras penas eso sí, y bajar por la ladera norte ya en la región de Skyrim y con una concepción, aproximada, de mi situación. Si el guía no me había mentido había una ciudad no muy lejos de aquí, al norte, llamada Helguen y regentada por una guarnición de imperiales. Devoré las últimas reservas de comida que me quedaban, un poco de pan duro y queso agusanado, y me adentré en un bosque con la esperanza de encontrar algún tipo de camino o vericueto.


Las montañas de Skyrim que tanto me costó atravesar
 Los dioses me sonrieron, pues no tardé en descubrir lo que parecía una senda que se dirigía hacia el norte, así que sin más me dispuse a seguirla, con un poco de fortuna llegaría a alguna granja o poblado donde me indicarían la dirección de la ciudad. Pero la situación se torció de repente.

Tras unas horas caminando, y con el sol en lo alto, me crucé con un grupo de caminantes (o más bien soldados) que andaban en mi misma dirección. Su aspecto era similar, parecían una especie de milicia local o la guardia de algún señor de la zona, pues sus armaduras y vestimentas coincidían en todos ellos. Tras una breve conversación, con quién parecía ser un sargento llamado Rolaf, accedieron a que les acompañara hacia el pueblo de "Cauce Boscoso". Perfecto, escoltado por una guardia armada y en dirección a un pueblo, no podía pedir nada mejor para orientarme y empezar mi camino hacia Carrera Blanca.

Capas de la Tormenta
De pronto, el caos. Varias flechas silbaron a mi lado y ví como algunos de los soldados que me acompañaban caían atravesados por estas. No sabía qué estaba ocurriendo, bueno sí, estábamos siendo asaltados, era obvio. Mi entrenamiento marcial no pasaba de haber jugueteado inocentemente con un palo de madera a modo de espada, con lo que busqué algún lugar dónde esconderme pero allá donde miraba veía salir guardias con una armadura que me resultaba familiar. Sí, eran guardias del imperio, así que las personas con las que iba caminando debían ser ladrones o bandidos... ¡qué estúpido! ¿Cómo no caí en que podían ser alguna banda o grupo que vestía igual?

Intenté evitar el combate, sorteando cuerpos que iban cayendo, espadas con aviesas intenciones y flechas que silbaban a cada paso que daba. De pronto me encontré frente a un guardia  imperial, no me dio tiempo a decirle que no era parte de esos bandidos antes de que me propinara un fuerte golpe en la cabeza con el mango de su lanza. Perdí el conocimiento, o eso creo, ya que lo siguiente que recuerdo es despertar en una carreta, atado y acompañado de tres de los bandidos.

Dos de mis acompañantes en la carreta
Frente a mí se encontraba Rolaf, a su izquierda otro tipo que no había visto y a mi lado el que debía ser el lider del grupo de bandidos y que se hacía llamar Jarl Ulfric. Alguien me comentó en Bruma que los señores de las ciudades y líderes de las comunidades en esta región portaban este título de Jarl, así que sin duda sería el jefe de estos ladrones. Rolaf no paraba de hablar, se le veía nervioso mientras hablaba con el tercer acompañante que resultó ser un ladrón de caballos al que habían apresado unos días antes. La situación iba empeorando por momentos.

Apenas llevaba unas horas en Skyrim y ya me habían arrestado y compartía destino con unos ladrones y bandidos que se hacían llamar los "Capas de la Tormenta", sin duda no podía haber tenido peor comienzo en la región de Skyrim. Bueno, podría confiar en mis habilidades superiores para intentar convencer a los guardias de que no iba con ellos, al fin y al cabo ¿Qué hace un Altmer entre bandidos? La sola idea de que eso puede ocurrir es ridícula. Sí, eso haría, intentaría convencerles una vez hubieramos llegado a nuestro destino. Destino que Rolaf desveló rápidamente y que era la ciudad de Helguen, por fin una buena noticia.La mala, estaba claro que había algo malo, es que seguramente les ejecutaran a todos o nos ejecutaran si no conseguía convencer a mis captores. 

A las puertas de Helguen
Tras un par de horas de camino vislumbramos las murallas de Helguen y el escudo imperial ondeando en sus pendones. Rolaf escupió el nombre del General Tulio, por lo visto el jefe de la guarnición, mientras atravesábamos las murallas, intentaría hablar con él cuando consiguiera quitarme estas correas. Las malditas me estaban apretando demasiado y empezaba a aflorar cierto color amoratado en la piel alrededor de las ataduras.

Las carretas se introdujeron en la ciudad de Helguen, un auténtico bastión imperial por la enorme cantidad de guardias desplegados, las altas torres y las defensas de las que disponían. Conté no menos de quince guardias y una docena de arqueros apostados en distintos puntos de la ciudad, sin duda sería el puesto fronterizo entre Cyrodiil y Skyrim. Cuando las carretas pararon nos ordenaron bajar y fueron nombrando uno a uno a los integrantes de los grupos ¿Cómo sabían sus nombres? Desde luego el imperio tenía unos recursos inimaginables. El ladrón de caballos realizó una gran estupidez (propia de un humano, he de añadir) al salir corriendo. No sé qué le pasó por la cabeza a ese muchacho que, maniatado y en uno de los fortines mejor protegidos de Timrael, tuvo la ocurrencia de intentar escapar a pie. No tardaron más de unos segundos los arqueros en abatirle.

Llegó mi turno, era el momento de hablarles y defender que yo no era parte de aquella banda de delincuentes y que sólo compartíamos camino. Intercambio unas palabras con el escriba; mi nombre, procedencia, ¿raza? y le indico que soy inocente mientras que este consulta con su superior. ¡¡¿¿Qué??!!

¡¡Me condenan a muerte!!

¿Pero qué demonios? ¿Cómo es posible que me hayan confundido con uno de los Capas de las Tormentas? Intento hacerles recapacitar, estúpidos patanes humanos, y hacerles ver que no soy de los Capas de la Tormentas pero es inutil y me conducen al verdugo. Mi fin está cerca, no puede ser, los dioses no pueden ser tan crueles como para acabar con mi vida de esta forma. Y ni siquiera puedo oponer resistencia, lo único que conseguiría es adelantar mi muerte...

Mi nombre.

Me adelanto y de un empujón me arrodillan.

Observo el largo hacha del verdugo y... ¿Qué es aquello?

Por todos los dioses, aquello es un....

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